
La historia de la Caleta La Safá
«Bienvenido a ver lo que otros ojos no ven»
Según lo relata su hijo Ricardo, apodado Romario,
«Hace muchos años atrás, escondido en la proa del bote de un viejo pescador de Coquimbo, llegó a la bahía de Guanaqueros un niño, quien encantado con lo hermoso del lugar regresaría años después para hacer de Guanaqueros su hogar y no irse nunca más».
Los inicios
La historia de La Safá comienza un día del año 1989, cuando, Ricardo Alucema Santander conocido como “Loco Careo” por sus compañeros de pesca, escoge la zona de la bahía donde se encuentra actualmente , después de haber sido desalojado de la primera Safá por una empresa de cultivos de ostiones, porque sí, antes de la que hoy conocemos como «La Safá» había otra, una que se pierde en las brumas del pasado.
¿Quién fué Ricardo Alucema?
Retrocediendo en el tiempo podemos descubrir un poco más quién fue ese personaje al que apodaron «loco». Original de Barraza, un poblado entre las montañas al suroeste de Ovalle, su familia por esas cosas de la vida se mudó a Coquimbo, y es aquí donde el destino, a través de un viejo pescador, le presentaría al que sería su compañero hasta el fin de sus días: el mar…
Sí, porque con escasos doce años “el loco” se colaba en la proa de los botes que se hacían a la mar y así fué como aprendió cada detalle de la pesca artesanal, tal como la ejecutaban los changos. Tanto fué así que con el pasar del tiempo el mismo repararía sus redes y botes.
Su vida transcurrió laborando en la pesca en toda la línea costera de la IV región, hasta que llegó a Guanaqueros quedando enamorado del lugar de donde nunca más se iría.
El orígen del sobrenombre «loco Careo»
Al “Loco careo” le pusieron loco, por poseer una personalidad muy peculiar: dotado de una especial sensibilidad artística y una particular facilidad para comunicarse con los animales, Careo era más bien amante de la tranquilidad: se dice que colocaba “trampas” en la caleta para sus compañeros amantes del licor, por ejemplo: Una piedra pintada como pelota de futbol, y otras piedras pintadas como boyas de redes. Más de uno habrá tenido, bajo los efectos del alcohol, un encontronazo poco agradable con dichas trampas, manteniéndose después alejado de la caleta.
Luego de sus faenas pesqueras donde era acompañado primero por “Pichicho” un perrito que adoptó, luego por “Cachupin” padre y finalmente por “Cahupin” hijo; ponía su imaginación a volar y encontraba formas en rocas que después tallaba, o trozos de madera que armaba creando siluetas, porque, más que pintar, las cualidades artísticas de Careo se plasmaban en la escultura, al punto de llegar a moldear la silueta de la caleta para recrear lo que le dictaba su mente, aunque eso le representara mover toneladas de rocas, al mejor estilo de los constructores megalíticos; (secretos de construcción tenía el caballero).
La silueta costera de la Safá que vemos hoy es el resultado del trabajo que durante años realizó el loco acompañado de sus animales, ya que emulando a San Antonio Abad, la caleta también era refugio de pájaros, chungungos, pingüinos (tuvo 2: Pepito y Panchito); y otros hermanos menores que percibían la bondad de Careo. Su último acompañante canino, Cachupin hijo, tuvo un trágico final, hecho que desmoronó a Careo quién victima de la tristeza no duró mucho, falleciendo en su caleta mientras trataba de echar un bote al mar, un día del año 2006.
Un Atractivo local y regional
La Safá fué conocida por la gente del pueblo, además de los turistas que venían de otras regiones a visitar Guanaqueros, principalmente de Ovalle, dado que para esa época, los años 80, Guanaqueros formaba parte de esa comuna.
Como anécdota Ricardo cuenta que su papá escribió en una piedra: «Esta playa pertenece a los bolivianos!!. Chilenos, cuídenla». Porque a los ovallinos se los conocía como los «bolivianos» por el hecho de no tener mar. Las familias ovallinas que venían de visita pasaban todo el día disfrutando de este lugar, que era ideal para que los niños aprendieran a nadar.
El Legado
Heredero de esta manifestación de arte y leyenda está ahora Romario , uno de sus hijos con una guanaquerina, cuya familia se remonta al año 1850. Romario cuenta que hizo una maqueta de la caleta para colocarla en la tumba de su padre como homenaje: Así será el amor que Careo tenía hacia los animales, uno que trasciende espacio y tiempo, que en esa maqueta hizo su nido una diuca, y cada año, hay un ave que anida, como para hacerle compañía.
Romario es quien se encarga de hermosear La Safá, tomando las bases que le dejara su padre. Cuanta que de niño, Careo les decía a él y a su hermano, mientras miraban el cielo: “A ver, ¿ qué formas ven en las nubes?”.
Romario heredó la vena artística de su padre y ahora es el quien descubre formas en las rocas, y les da personalidad al pintarlas, tal como se aprecia en la entrada de la caleta, donde una roca inicialmente pintada con la figura de Maria Martha Serra Lima, ahora se ha transformado en un tiburón, el cual es simbólicamente alimentado con algunos productos de la pesca local; nadando en una ola de cristales azules – los fondos de botellas recicladas que también se observan en las paredes de contención del cerro, en los diferentes niveles de la Safá.
La Caleta La Safá evoluciona, cambia, se reinventa, invita siempre a conocer una faceta nueva, porque nada es tan tranquilo como parece, y nos hace ver «lo que otros ojos no ven».
(*) Con el aporte de don Ricardo Romario Alucema.

La historia de la Caleta La Safá
«Bienvenido a Ver lo que otros ojos no ven»
Según lo relata su hijo Ricardo Romario, quien además, es el encargado de mantener vivo el legado de tan particular personaje:
«Hace muchos años atrás, escondido en la proa del bote de un viejo pescador de Coquimbo, llegó a la bahía de Guanaqueros un niño, quien encantado con lo hermoso del lugar regresaría años después para hacer de Guanaqueros su hogar y no irse nunca más».
Ricardo Alucema Santander
Ricardo Alucema Santander era el nombre de este niño, ahora devenido pescador, quien era conocido entre sus pares como el Loco Careo.
Como pescador siempre le gustó tener una caleta aparte de los demás pescadores, para allí poder varar sus embarcaciones, reparar redes y dedicarse a su arte, pues se dice que lo obtenido como resultado de sus faenas pesqueras lo empleaba para comprar útiles de pintura con los cuales recrear figuras en las rocas circundantes.
Esta primera caletita estaba ubicada donde actualmente se encuentra el cultivo de ostiones. El, con la ayuda de algunos miembros de su tripulación, comenzaron a pura fuerza bruta, moviendo y quebrando piedras, a modificar el lugar, de acuerdo a la idea que tenía en mente Don Ricardo.
Un Atractivo local y regional
El lugar fué conocido por la gente del pueblo, además de los turistas que venían de otras regiones a visitar Guanaqueros, principalmente de Ovalle, dado que para esa época, los años 80, Guanaqueros formaba parte de esa comuna.
Como anécdota se dice que los ovallinos son conocidos en la bahía de Guanaqueros como los bolivianos. Las familias que venían de visita pasaban todo el día disfrutando de este lugar, que era ideal para que los niños aprendieran a nadar.
La mudanza
Lamentablemente con la llegada del cultivo de ostiones don Ricardo tuvo que dejar esa caleta y trasladarse más al norte , hacia la Bahía de Guanaqueros donde repetiría el proceso de construcción, y esta es la caleta que se convertiría en la que hoy conocemos como Caleta La Safá.
(*) Con el aporte de don Ricardo Romario Alucema.